Quién hubiera imaginado hace 30 años que el drone, ese artefacto naval, acabaría por licenciarse como auxiliar de cámara, fotógrafo experto en imágenes aéreas, capaces de capturar planos imposibles y acceder a regiones inhóspitas donde la topografía es hostil y agreste. Porque el drone de hoy fue el Telautomaton de 1898 o el torpedo controlado por radio diseñado por Tesla en 1912, algo que ya hizo en 1888 el inventor irlandés Louis Brennan. Pero aquellos no eran sino los abuelos del dron actual.
Por desgracia, el dron es un juguete caro. Empresas como Parrot y GoPro incorporaron distintos modelos a su flota de herramientas deportivas y especialistas como Syma o DJI centraron sus esfuerzos en productos de calidad para pocos bolsillos. Hasta que llegó FIMI.
Y NO SOLO VUELA
Fundada por un puñado de geeks en mayo de 2014, esta startup no tardó en sumarse al Mi Ecosystem y presentar en sociedad su primer drone, el Mi Drone 1080p. En apenas dos años, Xiaomi pasó del puesto 20 a ser uno de los tres primeros proveedores de drones del planeta.
FIMI acumula cientos de patentes y, aunque sus aparatos renuncian al coste desorbitado, no así en cuanto a funciones: su MI A3 es capaz de moverse a 18 m/s hasta los 500 metros de altura, capaz de grabar vídeo a resolución 1080p y 30fps en formato MP4 —o de fotografiar a 4K con apertura focal 2.0 y la posibilidad de regular los parámetros ISO—.
Si las claves de un buen drone residen en su diseño —hélice, peso, tamaño—, Xiaomi puede presumir de ir con ventaja. La empresa ha abierto de par en par las puertas para que los programadores puedan diseñar sus propios programas.